lunes, 18 de febrero de 2008


Agonistas del fin del Mundo















































Introducción Innecesaria

Este libro, o la pretensión de serlo, es la búsqueda de una memoria, de una memoria oculta en algún recoveco oscuro del alma, allí donde la memoria empieza a confundirse con el olvido. Olvido provocado por reacciones inconscientes, a siete años de tortura, muertes y desapariciones de amigos y desconocidos soñadores.
Han tenido que pasar veinticinco años, para que se abriera una hendija en una ventana, y esa hendija se transformó en un primer recuerdo, y éste en un poema, y ese poema abrió de par en par esa ventana, para recuperar aquel tiempo escondido detrás de un álamo, aquel tiempo llamado infancia.
Aquel tiempo ingenuo y bucólico, transcurrió en un campamento petrolero, en medio de un desértico y mítico territorio, conocido como Patagonia, desierto habitado por lagartijas, liebres 'maras', dragones alados, plantas hirientes, super-héroes de arcilla, pelotas de trapo y viento, viento y más viento.
Ese viento, que cubrió de tierra y óxido la ansiada 'Ciudad de los Césares'.

El autor.



Poemas del libro

Tránsito y llegada

El tren había agotado
una porción de infinito
a cansino ritmo
sobre el metal de incontables moneditas.
Chirridos de acero
y un pitazo inmemorial
anuncian el fin de la travesía.
Al bajar el último escalón
la oxidada aridez del paisaje
invade los ojos del viajero
con el filo helado
del viento del sur.




La leyenda

Ella, que concibió la historia del mundo
antes de que fuera mundo,
que llamó rosa a la flor
cuando su perfume aún no había invadido
la poesía de los románticos,
que bajo un cielo impresionista
dijo Dios
y Dios se hizo.




Al sur del Colorado (y al norte también)

Hay un río de sangre
que corre entre nuestros pies,
y nosotros seguimos buscando
estúpidamente
pececitos de colores.




Atardece en el desierto

En el óleo del horizonte
el filo morado de las bardas
fractura un cielo de óxido y arcilla.
Las gárgolas del tejado
despliegan sus pétreas alas
y sus ojos encienden de luna el ocaso.
Sentado a la mesa
entre vapores de guiso y agua hirviente
pincho insectos sobre un cartón,
y al clavar un alacrán que se retuerce
me siento un cazador sin escrúpulos,
como los que vendrán en poco tiempo.-




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